Sobre la transformación digital del sistema educativo

El debate sobre la transformación digital del sistema educativo suele tender al bloqueo, tanto en Cataluña como en España. Quizás no siempre ni en todas partes, pero a cada intento más o menos serio de incrementar el equipamiento digital de los centros educativos suele responder un pequeño alud de objeciones. El abanico de críticas es amplio: desde aquellas que consideran que el aumento del uso de tecnologías se hace en detrimento de los valores humanistas -sin que se precisen cuáles serían estos valores- contra las capacidades críticas del alumnado y a favor de una cierta “robotización” del aprendizaje, hasta las que afirman que la introducción de tecnologías responde a los intereses de los poderes económicos y de las grandes empresas en general, es decir, a favor de las clases dominantes. No faltan -siempre están- quienes consideran que todo ello no hace más que bajar el nivel de conocimientos del alumnado. Es, en definitiva, una confluencia de argumentos, medias verdades y falacias que traduce intereses corporativistas y resistencia al cambio que la exagerada prudencia de la administración educativa en cuanto a los procesos de digitalización no ha hecho más que alimentar.

En efecto, como contraparte de este ruido -a veces parece más un complemento- existe una administración que no se ha atrevido a plantear el debate de cara y con todas las consecuencias, ni siquiera cuando ha tenido a su alcance cantidades apreciables de recursos para realizar inversiones en hardware y software que podrían haber apoyado un cambio sustancial en el modelo escolar tradicional.

Aclaramos que esta sintomatología que intentamos caracterizar ocurre en el ámbito reducido del debate público o publicado. En la realidad cotidiana de los centros educativos la cuestión es engullida por otros fenómenos más desgarradores y otras urgencias que deben ser atendidas y, por tanto, raramente ocupa un lugar central en la vida de los centros. Y esto seguirá siendo así si nadie es capaz de poner de manifiesto la utilidad de un cambio de modelo pedagógico apoyado por las tecnologías digitales.

En el ámbito de la Formación Profesional, el debate sobre la digitalización tiene un tono y un contenido totalmente diferente. La proximidad con las empresas -sea más o menos grande- y la relación diaria con tecnologías de muy diverso tipo, dejan fuera de juego a muchos de los tópicos que irrumpen cuando se plantea el debate sobre la digitalización. Esto no quiere decir que un cambio pedagógico no sea necesario en la FP: simplemente indica que trabajar con tecnologías digitales y junto a las empresas no es, en sí mismo, nada perverso.

Pero volvamos al debate en el conjunto del sistema educativo. Una vez el debate se intensifica, rebajar el tono y plantear el debate de fondo en sus términos más precisos no es fácil. Intentémoslo. Ante todo, de lo expuesto hasta aquí no hay que deducir que defendemos una introducción ciega y acrítica de las tecnologías digitales en la educación. Al contrario. Somos conscientes de que la tecnología no es neutra ni aséptica, no nace de la nada: es la resultante de las relaciones sociales y económicas y su desarrollo también está intrínsecamente ligado a estas relaciones, no existe un único desarrollo posible.

Aceptando este principio, es necesario plantearse si el sistema educativo tiene problemas a cuya solución las tecnologías digitales pueden contribuir. Dicho gráficamente, la digitalización aporta muchas soluciones posibles pero lo primero que hay que identificar son los problemas y cómo la digitalización puede ayudar a resolverlos y cómo podemos implicar al profesorado, entidades e instituciones educativas en esta solución.

Un problema de alcance general que tiene el sistema educativo es que su función y sus procesos todavía se asemejan demasiado a lo que se esperaba de ellos hace 50 años: servir de herramienta de selección de las élites del país. Pero, obviamente, este país ya no es el mismo, como no lo son ni la composición de la población escolar ni su dimensión. Sin embargo, no se ha producido una transformación del sistema educativo que le sitúe a la altura de las nuevas realidades. La necesidad de esta transformación debería ser el punto de partida de todo el debate en torno al tipo de presencia de tecnologías digitales que queremos en el sistema educativo. 

Se ha dicho muchas veces: la alfabetización del siglo XXI es la alfabetización digital. Vivimos en un mundo que requiere competencias digitales básicas para poder vivir en sociedad con plenitud. Igualmente, para encontrar trabajo estas competencias ya son fundamentales –y lo serán más aún. Si queremos formar a personas de acuerdo con los valores que definen la mejor versión (éticamente hablando) de la condición humana, no podemos ignorar ni menospreciar esta realidad.

Habría que plantear el proceso de transformación digital del sistema educativo como el inicio de un cambio pedagógico general que potenciara el desarrollo de competencias digitales, competencias de base y competencias transversales (si puede ser en función de referentes validados a nivel europeo, mucho mejor) y orientar los procesos de aprendizaje hacia el desarrollo de competencias, extendiendo el uso de metodologías que facilitan la adquisición de estas competencias (como sería el caso del aprendizaje basado en proyectos).

Pero lo más importante es que este cambio incidiera directamente en los procesos de aprendizaje de todo el alumnado de la educación obligatoria y del bachillerato, es decir, entrara en las aulas. Éste siempre ha sido el gran déficit de la aplicación de la normativa educativa: se han hecho cambios notables en la estructura y el currículo de las etapas educativas que no han tenido un impacto en la transformación generalizada de los procesos de aprendizaje. No es un problema únicamente nuestro, tiene alcance internacional: a pesar de los grandes cambios de las sociedades a nivel mundial, los procesos educativos han experimentado muchos menos cambios que los necesarios para “atrapar” los cambios sociales.

Reclamamos, pues, un debate a fondo sobre el cambio pedagógico al que hemos hecho referencia y la función que las herramientas digitales deben tener. Afirmamos, también, que la educación pública es la más interesada en realizar este debate. ¿Por qué? Porque si no responde adecuadamente a los retos que le plantea la sociedad -y nos atrevemos a decir que la alfabetización digital es «el» reto por excelencia- puede acabar teniendo un papel residual en el llamado «ascensor social». Y esto sería la antesala de su reducción, a largo plazo, a una función básicamente asistencial.

Éste es un debate necesario y perfectamente posible. Otra cosa es que sea probable. Ni en Catalunya ni en España hay demasiados precedentes de un tipo de debate como el que reclamamos. Quizás el precedente más ilustre sea la experimentación previa a la promulgación de la LOGSE en 1990 y de esto hace ya más de treinta años (y tampoco fue un debate que impregnara al conjunto de la educación secundaria). Como en cualquier proceso político o fenómeno social, todo dependerá de las fuerzas que haya en juego: sería importante, pues, sensibilizar a aquellas que más tienen que perder si no tienen las competencias necesarias para la sociedad del futuro (que ya está casi presente).

Acabamos afirmando sin lugar a duda que la función principal de la educación -especialmente en sus etapas obligatorias- sigue siendo la de formar personas.  No vemos ningún antagonismo entre esta concepción del sistema educativo y una visión pedagógica que haga énfasis en el desarrollo de competencias digitales y transversales en el alumnado y que sea apoyada por herramientas digitales que, hoy en día, son de uso común en el mundo del trabajo y en la sociedad en general, sin que ello suponga menospreciar las demás competencias básicas y técnicas. Una educación humanista digna de tal nombre se basa en la consecución de unas competencias necesarias para el pleno ejercicio de la ciudadanía en la sociedad presente y futura.

Josep Francí, Francesc Colomé, Xavier Farriols y Oriol Homs.