Pantallas contra libros: una polémica falsa
En el intenso debate sobre los resultados del último Informe PISA en Cataluña, una de las opiniones que han aparecido de forma reiterada ha sido la que afirma que el uso de las “pantallas” ha contribuido al bajón de la competencia lectora y, por extensión, ha reivindicado la disminución de la presencia de las tecnologías digitales en las aulas, e incluso algunos más osados, han reclamado su desaparición.
Haríamos un triste favor a la formación de las futuras generaciones de nuestro país si como consecuencia de estas opiniones se pusiera en crisis el aprendizaje de la tecnología digital en las aulas.
Escribimos, hace ya tiempo, que considerábamos que un alumno que quiera incorporarse al mundo del trabajo a la salida de su formación necesita disponer de una alfabetización digital. A las materias instrumentales que hemos tenido bien definidas hasta ahora: las Matemáticas y la Lengua (en la que hay que incorporar ahora la lengua Inglesa), debe añadirse otra: el Lenguaje Digital. Estos tres instrumentos, aparte de ser esencialmente vehículos de transmisión de cultura y de saber, se han convertido ahora también y de forma ineluctable en competencias imprescindibles en el mundo del trabajo cambiante y globalizado que tenemos hoy.
Tener una buena comprensión lectora, disponer de unas bases de pensamiento matemático y de capacidad de abstracción y tener una competencia digital básica son ahora tres factores determinantes para la empleabilidad de cualquier ciudadano. Son malas noticias las que nos dicen que no sabemos leer bien ni hacer cuentas con facilidad. Tan malas como si alguna vez constatamos que no sabemos utilizar las herramientas digitales.
La confusión generada está haciendo un ruido tal que no permite una reflexión sosegada. Ciertamente la “pantalla” del smartphone en manos de adolescentes o preadolescentes que lo utilizan de manera compulsiva, bien para jugar (videojuegos) o para cotillear (redes sociales) o para entretenerse (chats, vídeos y influencers de diversa índole), es un auténtico peligro. Estas aplicaciones están diseñadas para generar adicción de tal forma que el número de horas que una persona pasa pegada a la pantalla se convierte en un objetivo por parte de la empresa que ha generado la aplicación. No sería, pues, extemporáneo, afirmar que estas aplicaciones provocan falta de atención, pérdida de horas de trabajo o de relación social personal e, incluso, pérdida de horas de sueño, porque están diseñadas precisamente para dedicarle cuánta más atención y tiempo, mejor. Conjurar este riesgo tiene su complicación y comporta tomar decisiones y mantener complicidades (especialmente por parte de las familias) con las que no todos estan de acuerdo.
Pero esto no significa que tengamos que caer en el error de confundir el aprendizaje digital con la necesaria regulación del uso del smartphone. No todas las pantallas contienen lo mismo. La televisión era, y todavía es, un artefacto que hace unos años competía con el proceso de aprendizaje de los chicos y chicas y eso no impidió que entrara en las aulas de las escuelas y se convirtiera en un instrumento pedagógico de primer orden. También es verdad que la mayoría de los docentes sabían cómo hacer funcionar un aparato de TV y en el uso de las tecnologías digitales esta mayoría no es tal.
Podemos estar seguros de que el analfabetismo digital ya es, y lo será aún más, uno de los hándicaps más importantes a la hora de encontrar trabajo. No será concebible que un o una joven se incorpore a un puesto de Trabajo, sea del sector que sea, sin saber hacer funcionar correctamente un paquete ofimático, sin saber redactar correctamente un correo electrónico, utilizar una hoja de cálculo o navegar por Internet, competencias a las que deberíamos añadir el uso correcto de las herramientas que van apareciendo como el Chat GPT, la realidad aumentada, el reconocimiento de objetos, las herramientas de manipulación de imagen…
Aparece, además, ligado a la eclosión tecnológica, lo conocido como pensamiento computacional, una nueva competencia instrumental de carácter transversal derivada del lenguaje computacional y de las técnicas de programación. Una competencia con un fuerte contenido abstracto que debería formar parte de esa alfabetización digital.
Nuestros alumnos, a la salida de la Formación Profesional, deberían ser capaces de incorporarse a trabajos que comporten el uso de paquetes ofimáticos, de comunicación telemática, de herramientas programables y de capacidad de aplicación del pensamiento computacional. Esto no lo conseguirán con unos cursillos adicionales que se les pueda dar mientras cursan su Formación Profesional: esto tendrán que haberlo consolidado, al igual que la lecto-escritura y las matemáticas, durante su enseñanza obligatoria como una competencia instrumental más.
La incorporación de las tecnologías digitales en la escuela presenta, además del sentido que tiene por sí misma, una serie de oportunidades que no podemos desestimar. Es por eso que debería plantearse un plan progresivo de consecución de las rentabilidades que da el equipamiento digital y poner todos los medios para que se pueda escalar para todos los centros. Hay varias razones que nos llevan a pensar que esto es posible:
– La percepción cada vez más amplia de que es necesario un enfoque pedagógico que incorpore los cambios que se han producido en nuestra sociedad y que cuente con el utillaje pertinente para ello.
– La mejora de las tecnologías educativas y el aumento de la disponibilidad de dispositivos ajustados a las necesidades de un entorno educativo.
– La existencia de plataformas ligadas al uso educativo de las herramientas digitales ha evolucionado de forma extraordinaria en los últimos años permitiendo a los docentes unas prácticas educativas más asequibles.
– La accesibilidad económica: el coste de los aparatos que hace unos años era inalcanzable, ahora se puede afrontar a gran escala, especialmente gracias a la oportunidad que dan los fondos MRR.
Una de las condiciones para encajar la aportación de recursos en un proceso de transformación educativa es situar las competencias como uno de los ejes vertebrales -no el único- de los procesos de aprendizaje. En este sentido conviene no renunciar a incorporar actividades que permitan la consecución de otro tipo de competencia, especialmente lo que se ha denominado “soft skills” o competencias transversales, las más destinadas a perdurar en un mundo en rápida evolución.
La tecnología no es una finalidad por sí misma, es una herramienta para mejorar los aprendizajes y por tanto, su incorporación a las aulas debe ir supeditada a planes concretos de despliegue de las nuevas estrategias educativas ya la preparación de los docentes en la su utilización.
Francesc Colomé, Xavier Farriols, Josep Francí y Oriol Homs
Publicado en la versión en catalán de Opina FP el día 16 de enero de 2024