Cambio de paradigma formativo: hacia el máximo desarrollo de las competencias

Las transformaciones sociales reclaman para la educación nuevas soluciones para conseguir nuevos objetivos. Tanto la mayor complejidad de las sociedades avanzadas como la previsión de que una amplia mayoría de la población (en torno al 85%) ejercerá una profesión que exigirá unos niveles de cualificación más elevados, presentan unos retos que van más allá de la educación básica establecida en el siglo XX. De estas previsiones se desprende un objetivo ya consensuado entre los países más desarrollados: que en el siglo XXI ninguna persona salga del sistema educativo sin una cualificación post obligatoria.

Esto ha supuesto un cambio de paradigma importante en la práctica y la organización educativa. Desde poner el acento en un proceso de selección para escoger a las personas que podrían acceder a los lugares más elevados de la jerarquía social y económica, se ha pasado al concepto de desarrollar al máximo las capacidades y competencias de toda la población.

Nos encontramos ante un reto que requiere una nueva mirada al sistema educativo, una mirada que conlleva una innovación disruptiva con todos los riesgos que presentan estas operaciones. De hecho, hace ya tiempo que se ha empezado a trabajar de forma más o menos efectiva en una enseñanza de carácter competencial y personalizada aunque, por ahora, con resultados desiguales. A pesar de que parece claro que la solución pedagógica al incremento competencial de “toda” la población debe sustentarse en un cambio pedagógico y organizativo profundo, en el conjunto del debate hay un problema: el reto de la salida de la escuela a los 16 años (el reto de evitar el Abandono Escolar Prematuro) del que no está tan clara su solución. Las soluciones que se proponen son esencialmente mecánicas -el alargamiento de la enseñanza obligatoria hasta los 18 años- o engañosas -transformar la formación profesional de grado medio en una prolongación de la educación obligatoria. Sin embargo, la cuestión presenta una mayor complejidad.

El porcentaje de puestos de trabajo ocupados por personas con baja cualificación en el mercado de trabajo español disminuye desde el año 2014 en el que había un 34,7% de ocupados sin cualificación postobligatoria, hasta el año 2023 en el que el porcentaje pasa a ser del 29,8%. Esto significa que el mercado de trabajo se va regenerando desde el punto de vista del conocimiento y que, con toda probabilidad, las generaciones de trabajadores que se van jubilando dejan paso a generaciones de jóvenes más formados y que, al mismo tiempo, los puestos de trabajo se van reconvirtiendo e incrementando en su contenido en conocimiento y profesionalización.

¿Hasta dónde llegará esta disminución? Existen y existirán puestos de trabajo que no requieren más que ESO como nivel de cualificación y que seguirán representando un incentivo al abandono especialmente para jóvenes con perfiles más vulnerables socialmente hablando. En 2023 había en España alrededor de 328.000 puestos de trabajo ocupados por jóvenes de entre 16 y 24 años sin cualificación post obligatoria: es decir, un 27% de la población joven ocupada consiguió el puesto de trabajo sin tener estudios post-obligatorios. En una sociedad postindustrial continuará existiendo un porcentaje importante de puestos de trabajo sin necesidad de cualificación post obligatoria general, pero en cambio se incrementará la exigencia de profesionalización incluso para estos puestos de trabajo. El objetivo que se deriva es que toda la población deba tener un nivel mínimo de profesionalización además de las competencias genéricas consideradas básicas. Este objetivo interpela también al mundo productivo, para que establezca las reglas del juego necesarias para que no se contrate a ninguna persona que no tenga un nivel específico de preparación profesional.

Estas reflexiones permitirían hacer otra definición del objetivo consensuado enunciado al principio en los siguientes términos: que en el siglo XXI ninguna persona se incorpore al mercado de trabajo sin una cualificación profesional específica, incluso para los niveles más elementales de cualificación. Esto implicaría un nuevo enfoque de los estudios secundarios postobligatorios para que sean capaces de ofrecer a toda la población la cualificación necesaria para acceder a la vida adulta y a la actividad profesional.

Una de las piezas clave en la consecución de este objetivo será replantear el conjunto de la oferta educativa de transición postobligatoria. Las características de esta oferta deberían basarse en la flexibilidad. Primero, para adaptarse a las peculiaridades y necesidades del amplio abanico de problemáticas que hay detrás de cada persona que desea salir del sistema a los 16 años; segundo, para adaptarse rápidamente a los cambios que experimentan las distintas tecnologías; y tercero, para incorporar los nuevos perfiles profesionales que vayan apareciendo en el catálogo de la oferta formativa en este nivel.

Esta flexibilidad también debería aplicarse en tres sentidos complementarios de la formación: en los contenidos; en las modalidades; y en la duración. Y, por último, un elemento muy importante, esta oferta debería procurar una salida laboral digna y, por ahora, la mejor forma que hay para intentar garantizarla es que se imparta en régimen dual.

Francesc Colomé, Xavier Farriols, Josep Francí i Oriol Homs.

Publicado en la versión en catalán de OpinaFP el día 2 de octubre de 2023.

Publicado en el Diario de la FP, blog del Diario de la Educación y el Diario del Trabajo, el 29 de septiembre de 2023