FP, excelencia e inclusión
Tal y como anunciamos en Opina FP, el pasado 24 de octubre el Cedefop celebró una jornada de reflexión y debate sobre el futuro de la formación profesional y, más específicamente, sobre la combinación de la excelencia y la capacidad de inclusión de la FP. La jornada se enmarcaba en la investigación que actualmente está llevando a cabo el propio Cedefop y quería servir de foro para la presentación de los primeros resultados.
Más allá de la organización de la jornada -muy interesante, aunque todavía cuesta entender el esfuerzo que pide seguir estos debates online- y de los resultados concretos de la investigación, queremos poner el énfasis en la elección de dos conceptos -inclusión y excelencia- como vectores principales del análisis de las políticas comunitarias de impulso de la FP y como criterio de análisis de los avances de los diferentes estados miembros en esta materia. Creemos, lisa y llanamente, que es un acierto enfocar investigaciones, reflexiones y discusiones sobre la FP en torno a estos dos conceptos.
Convendrá un acuerdo explícito sobre el significado de ambos términos. Existe una cierta tendencia a identificar excelencia con la consecución de un alto nivel de competencia y, en una asociación tan impropia como directa, a encajarla sólo en el ámbito de la educación superior, que en el caso que nos ocupa sería la FP de grado superior. La etimología del término puede ayudar a esa confusión. Según la Real Academia Española, excelente viene del latín excellens -entis que significa «que sobresale por sus óptimas cualidades». No es ésta la acepción con la que mayoritariamente se utiliza el término excelencia, como veremos.
En cuanto a la inclusión, demasiadas veces se asimila a acoger en el sistema de formación a aquellos colectivos afectados por problemáticas diversas que dificultan su aprendizaje; si este objetivo se logra, parecería que los niveles de aprendizaje que puedan alcanzar pasan a segundo plano.
Evidentemente, ninguna de estas ideas sobre inclusión y excelencia es aceptable ni ayudan a definir criterios que permitan evaluar iniciativas y sistemas educativos y de formación. Veámoslo para cada uno de los dos conceptos.
Por una parte, la excelencia debe ser la finalidad, el objetivo principal de cualquier etapa educativa y/o oferta formativa, con independencia de las características de sus destinatarios y del nivel competencial que tengan o puedan acreditar. La excelencia se refiere a la capacidad de alcanzar los máximos niveles de aprendizaje, sea en un Programa de Formación e Inserción o en un ciclo industrial de grado superior.
Por otra parte, la inclusión no debe ser sinónimo de formación “caritativa” o de refugio para colectivos con baja cualificación que tienen dificultades para acceder a un puesto de trabajo. Se entendería, desde este punto de vista, que sólo la FP para una cualificación básica o la FP de grado medio deberían ser inclusivas. Deben serlo, por supuesto, pero también la oferta de FP de grado superior debe ser concebida y planificada con la capacidad de incluir a todas aquellas personas que puedan beneficiarse. Alcanzar la excelencia reduciendo el alumnado a aquellos que pueden alcanzar buenos resultados académicos o de aprendizaje no debería ser aceptado.
Ni que decir tiene que hablamos de la inclusión y de la excelencia en el sentido más amplio de las dos expresiones. El Cedefop establece un conjunto de categorías que ayudan a fijar el contenido y el campo semántico de los dos términos que sería útil debatir a fondo para generar un consenso a nivel europeo. Propone tres bloques, tres perspectivas, en síntesis: la socioeconómica y del mercado de trabajo, la que llaman epistemológica (desarrollo de las personas) y la del sistema educativo, que incluye las características de los centros de FP. Para cada una de estas perspectivas o dimensiones, se propone un conjunto de indicadores que ayudan a perfilarlas con precisión. En la perspectiva socioeconómica podríamos destacar la alineación de la FP con necesidades prioritarias de la sociedad y del mundo del trabajo, su capacidad de relacionarse con las demandas del mercado de trabajo, la función de los agentes sociales, el valor que la sociedad otorga a las cualificaciones alcanzadas en la FP, etc.
En la dimensión epistemológica y pedagógica, se hace referencia, entre otros, al énfasis en el carácter práctico de la formación (basarse en el saber hacer), en el saber situacional y en el carácter participativo del aprendizaje y en la facilidad para combinarse creativamente con el conocimiento teórico y académico. Serían los rasgos distintivos que el método de aprendizaje de la FP debe tener en relación con otras etapas educativas.
La tercera perspectiva se fija en la solidez de los centros de formación -que evolucionen en el tiempo, pero conservando lo mejor de su tradición-, en la permeabilidad del sistema -si prevé itinerarios abiertos y diversificados o, por el contrario, tiene callejones sin salida-, en favorecer la interrelación entre la formación inicial, mayoritariamente para jóvenes, y la formación permanente para personas de todas las edades. Y apunta otras cuestiones -tipo de financiación, gobernanza, etc.- en torno a las cuales hay que seguir pensando y debatiendo.
En definitiva, si un sistema de formación, un centro, un programa, etc. presenta un buen rendimiento en cada uno de los dos parámetros -inclusión y excelencia- seguramente está preparado para dar buenos resultados en cualquier evaluación y para responder a las exigencias de la economía y de la sociedad a la que deben servir. Inclusión y excelencia deben ser, por último, dos caras de la misma moneda. Es por todas estas razones que, en nuestra opinión, hay que dar la bienvenida a la iniciativa del Cedefop.
Josep Francí, Francesc Colomé, Xavier Farriols y Oriol Homs.
Publicado en la versión en catalán de Opina FP el 6 de noviembre de 2024